sábado, 15 de febrero de 2014

La peste de 1602 y el médico Alonso de Freylas

Obra de Alonso de Freylas

Artículo publicado en Programa de Fiestas de San Roque
Ildefonso Rueda Jándula

Al comenzar el siglo XVII, la comarca de Andújar estuvo amenazada del contagio de peste, lo que obligó a los cabildos municipales a adoptar unas medidas rígidas y costosas como el aislamiento respecto a otros pueblos vecinos mediante la instalación de puertas en los caminos que daban acceso a las villas, siendo vigiladas éstas por individuos asalariados que pedían a los transeúntes el certificado de salud. 

En Arjonilla, según consta en los libros de cuentas de propios, el albañil Francisco de Soto construyó más de 60 tapias para cercar la Villa en 1.601, cobrando por su trabajo 138 reales. Esta medida preventiva no impidió el contagio de algunos vecinos, y así todo el vecindario sintió cercana la amenaza de la enfermedad sobre sus vidas. Para el tratamiento de los apestados, se instaló una enfermería que el Concejo de la Villa alquiló a María Jiménez Ramos, quien cobró 130 reales por el alquiler. En esta enfermería trabajaron varios facultativos procedentes de distintos lugares: Fernando de la Cueva, de Arjona, Juan Pérez, de Andújar, Francisco Trujillo, cirujano,  Juan Rodríguez, cirujano de Écija, el Licenciado Santaella, de Porcuna y Alonso de Freilas, médico de Jaén. 

La presencia de este último, entre el grupo de asistencia sanitaria, manifiesta la preocupación de los gobernantes municipales ante el contagio, ya que este facultativo estaba considerado uno de los mejores “especialistas” en la curación de la peste en todo el Reino de Jaén. Fue el mismo Alonso de Freilas el que, enviado por el cabildo de la ciudad de Jaén, certificó que la población de Arjonilla estaba fuera de peligro en el mes de marzo de 1602, lo que posteriormente se agradecerá al cielo, en el documento capitular del Voto a San Roque.

“Dijeron que por quanto a petiçión desta Villa se enbió a la ziudad de Jaén a el Concejo una carta en que por ella se le pedía hiçiese plazer a este concejo de enbiar un medico de quien se fiase para ber si esta Villa estava con enfermedades contaxiosas y si no que se abriese el trato y comercio de la ziudad a la jente desta Villa que se avia ympedido la entrada aora an venydo desta Villa por su horden Don Juan de Guzmán y Córdoba venticuatro de la dicha ciudad y el doctor Alonso de Freilas médico para que la visitasen y atento a que nuestro Señor a sido servydo questa Villa tenga salud mediante la qual y declaración a esta verdad que hagan los dichos veinticuatro y doctor se quite de las tablillas en que esta puesta que haciendolo la dicha ciudad se infiere los demás lugares se comunycaran a esta Villa por lo ymportante que es“

Alonso de Freiles publicó cuatro años más tarde un tratado sobre la curación de la peste, titulado Conocimiento, curación, y preservación de la peste impreso por el giennense Fernando Díaz de Montoya en 1606, que recientemente ha publicado en edición fac-símil el Instituto de Estudios Giennenses, a partir de un original incompleto. Además del ejemplar de la Real academia de Madrid, la Biblioteca del Seminario Diocesano de Jaén, conserva el original íntegro, del que he obtenido algunos extractos, por la luz que esta obra puede arrojar sobre las circunstancias de la peste que originó el Voto a San Roque, una enfermedad sobre la que el autor tuvo contacto directo, incluso para los arjonilleros afectados a comienzos del siglo XVII.

Según se deduce del texto, el motivo que llevó a Freilas a escribir la obra fue el de defender su reputación, (era médico de cámara del Arzobispo de Toledo), ante las críticas que obtuvo su labor durante el contagio de 1602 en la capital del Reino de Jaén. Al momento de producirse la epidemia, los mejores médicos del país no se ponían de acuerdo sobre la forma en la que se propagaba este tipo de peste. 

“Al principio cuando esta enfermedad pestilencial de secas y carbuncos començó en España, comunicada y traída de Flandes al Puerto de Santander, de donde se comunicó a las mas principales Ciudades de esta Provincia, como Sevilla, Madrid, Valladolid, Burgos, Zaragoça, Toledo, Cordova, Málaga, Vélez, Ecija, Antequera, Granada, Jaen, Andujar y toda su comarca. No me espanto que entre los más graces y doctos Médicos de España, como son los de la Cámara del gran Rey Philipo señor della: y los más eminentes de las insignes Universidades de Alcalá de Henares, Salamanca y Valladolid: dudasen si era verdadera peste o solo se avía de reducir a una especie de calentura maliciosa sin peste: como es el tabardillo, que al principio dio bien en pensar, si era peste: porque veían que esta enfermedad por la mayor parte dava a gente pobre, misera y mal mantenida, dexando libres las personas de regalos y de buenos mantenimientos, los quales todos y la mayor parte desta Ciudad, al principio estava tan sana que a penas se hallava enfermo de otra enfermedad, y el ayre muy puro y limpio al parecer.

Y haze muy gran fuerça para pensar que esta enfermedad no nace de contagio el ver, que della padecen algunas personas guardadas, y retiradas del comercio y trato de los enfermos, como monjas en sus conventos, y doncellas recogidas, y niños que maman, donde no puede aver causa ni sospecha de contagio por estas razones, y otras que dexo por la brevedad, se puede sospechar que esta enfermedad de secas y carbuncos, no sea verdadera peste.

La otra parte defienden médicos muy doctos, juzgando y curando esta enfermedad como verdadera peste: formando hospitales, poniendo guardas y quitando malos mantenimientos, y malos olores de las Ciudades, y dando Antídotos, y cordiales para su preservación como de verdadera peste: aconsejando muden el lugar donde la huviere luego, a otro muy lexos, y que no sea la buelta hasta que este seguro del daño componiendo para esto muchos libros, con sanos y seguros consejos de peste: como lo a hecho el Doctor Mercado, Medico de la Camara del Rey nuestro Señor”

Freilas no veía conveniente la instalación de hospitales para los enfermos, una cuestión que le ganó enemistades en la ciudad de Jaén, y por ello justifica su parecer atendiendo a las siguientes circunstancias: 

“...es tan grande el miedo, que conciben los heridos de peste, quando se veen sacar de sus camas con violencia; de unos ministros de figura espantosa; que considerando que los llevan al Hospital, donde estan todos apestados, y que de todos los que llevan no saben si escapa alguno; y que es aquel lugar de suyo horrendo y espantoso, lleno de confusión, y de mal olor: y van todos tan vencidos de una poderosa imaginación, que en llegando a el Hospital se han de morir; que en muchos dellos se verifica el llegar muertos a el Hospital, y otros en pocos días, por los que ellos han passado encubriendo la enfermedad, por miedo de no verse en el. El ver esto con los ojos los demas vecinos de la Ciudad, toman tan firme determinación de encubrir la enfermedad, si acaso les diere, por no verse arrebatados, que quieren antes morir en sus casas sin remedio, y aun sin el del alma, y que los entierren en sus bobedas y corrales; que aver de manifestar la enfermedad. Pues luego al punto han de ser llevados adonde mueran con mayor desconsuelo. De este inconveniente se sigue, el quedar toda esta casa, y los vecinos della, y la ropa contagiada. Y la misma razón corre por la mayor parte de la Ciudad. Porque encubriéndose, y huyendo de sus casas a otras no diciendo estan apestados, va estendiendo cada uno por su parte la contagion por la Ciudad y es muy cierto, y en buena razon cabe, que la comunicaran, y extenderán mas cinquenta que estan encubiertos, que podran remediar diez que se llevan... Ni los ministros aunque sean muchos y de gran caridad, creciendo el numero de los enfermos, pueden dar recado en la ora y ocasión que a cada uno le conviene, sangrarse o purgarse, o comer o dormir, porque unos se impiden a otros, y cada enfermo avia menester para sí solo un Medico, y un enfermero, y un lugar apartado, que quando quisiera dormir o tuviera necesidad de sosiego no lo impidieran las bozes, que da quejándose el que está junto a su cama... ni el ayre del Hospital es en su favor porque aunque aya cuidado de purificarle, el gran numero de los enfermos, y el mal olor de los excrementos, y materias de apostemas abiertas, le hazen tan pernicioso que el solo inspirado basta a matar como veneno. Por todo lo qual se prueba, lo mal que se pueden curar tantos enfermos juntos en un Hospital, por un Medico y pocos ministros.”

La descripción que Freilas realiza sobre los síntomas que muestran el contagio de la persona resulta de una gran precisión, propia de un facultativo meritorio. Por el texto podemos entrever el pavor que entre la población surgió ante la temida peste:

“si precediesse cansacio, o tristeza, o flaqueza repentina, sin causa perderse la gana del comer, rebuelto el estomago, dolor de cabeça, o gravedad en ella, delirios, o vigilias, o sueños, el rostro y ojos encendidos, la cabeça es la parte ofendida, y avemos de esperar la seca o nacida detrás de las orejas: o debaxo de la barba, o alguna inflamación o llaga corrosiva en la garganta: como son las aptas que dan a los niños, y muchas doncellas, que le han puesto por nombre garrotillo. Si el enfermo se quexare de ansias y congoxas del coraçon, y tuviere tremores, palpitaciones, o desmayos, pulsos pequeños, debiles y desiguales, muchos suspiros tristes y congoxosos, la respiración apresurada, y algunas vezes de mal olor, sudores frios en el rostro y cuello, el coraçon es el que padece, y se a de esperar la seca o landres debaxo de los braços. Si el enfermo fuere sanguino, de complexión caliente y humeda, pulsos grandes, llenos y agravados, desiguales en la constricción, urinas crasas, turbadas, o muy encendidas, vomitos de colera, o camaras detenida alguna evacuación, acostumbrada de gota, fuente, almorranas o en las mugeres su natural purgación, con mucha razon se podra esperar secas, o nacidos en las ingles o tablas de los muslos, o carbuncos en las partes inferiores, o sarpullido, ronchas, sarampión, o tabardillo en todo el ambito del cuerpo: por ser el higado el que padece, y la parte ofendida, y consentir en el daño todos los quatro humores contenidos en las venas, y principalmente la sangre.”


Los remedios caseros que también nos ofrece Freilas en su obra, pretendían purificar el aire mediante el uso de hierbas olorosas que impregnaban el ambiente en las casas de los apestados. En el siguiente texto destaca numerosas esencias que evitarían la propagación de la enfermedad.

“Començarse a pues a curar la calentura pestilente diaria, esparciendo por el aposento flores olorosas en tiempo caliente, como son rosas, violetas, nenúfar, de murtas, moxquetes, cohollos de cirdros, y de arrayanes, de parras, de sauzes, de lantisco, de frexno. Y si el tiempo fuere frio, de enebro, de linaloe, y de laurel echado en las brasas, y buenas pastillas de Ambar y de Almizque. Será admirable para en tiempo de calor, un pomo de olor, o caçoleta puesto en el aposento, que enmiende la calidad del ayre, de las cosas siguientes. Una dragma de las flores cordiales en polvo, de flor de moxquete, y de murta, y de azahar, una dragma de cada uno, polvos de hojas de cidro, y de arrayán, una dragma de todos los sandalos, dragma y media, de alcanfor quatro granos de vino excelentísimo, agua rosada, de azahar y de murta yguales partes, hasta cubrir la polvora, quatro onças de vinagre de sauco, o rosado: es remedio admirable para purificar el ayre e impedir la resolución de espiritus, y hazerle materia dispuesta para que del se reengendren otros en lugar de los perdidos. Los pobres harán otro mas facil desta manera, una onça de sandalos citrinos, una dragma de alcanfor, una libra de agua rosada, y quatro onças de vinagre rosado, hervido todo a fuego manso, de lo qual tambien se podria rociar el aposento y las paredes.”

“Esto cumpliran muy bien los caldos, y pistos sustanciales y consumados, y todo genero de pociones y bevidas nutritorias, guardando el gusto y costumbre del enfermo: como seran aviendo calentura grande, o siendo el enfermo colérico, y en tiempo caliente, sera la sustacia de pollos medio assados, rellenos de carne de membrillos, o de camuesas, o de peras y agraz, y un poco de bolo Armenico oriental, sacado todo por prensa, y tornado lo a cozer un poco, mezclándole un poquito de çumo de lima, y unos polvos de terrasigilata, o de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos o piedra bezar.”

Para el caso de los entierros de los apestados, Freilas había observado la poca caridad con la que los encargados de enterrar a los fallecidos realizaban su labor, temerosos del contagio. Nuestro médico ve menos peligro en el contagio por los cadáveres que por los enfermos vivos, y denuncia la falta de caridad con la que en aquel 1602 se enterraba a los apestados, una situación que se vivió también en nuestro pueblo.

“Y porque se ha visto el grande miedo y recato con que se entierran los muertos, así de parte de los Clerigos, como de parte de los que los honran y acompañan, por caridad, por lo qual se remiten a los ganapanes que los lleven a enterrar, los quales se hazen tambien pagar, que en aquella ocasión sacan el dinero adonde por ventura no lo ay, y por echar el apestado apriessa de casa, se les da todo quanto rigurosamente piden, por esta causa digo; que se lleguen a los muertos con caridad, para dalles la ultima honra que les queda: y se fien de Dios en aquella obra de misericordia que el nos manda hazer que demas de que los a de librar por la buena intención, es muy cierto en buena Medicina que les pegara menos de ponerse un muerto en los hombros: que de visitar, o estar cerca de un bivo si está apestado. Porque es más poderosa la contagion del bivo por estar el fuego del calor natural, y de la calentura enciendido y ardiendo, levanta vapores y humores contagiosos, que es muy cierta señal el humo del fuego: y en el muerto, por estarlo tambien su calor natural, no ay causa de evaporación ni de seminarios que puedan contagiar, sino estuviesse el cuerpo de muchos días corrompido y hediendo. Ni ay para que escusarles sus sepulturas en las Iglesias, ni que le deseen de hazer y celebrar por esto todos sus oficios divinos: porque haziendolas algo mas hondas de lo que se suele, y echándoles cal quedara la Iglesia muy segura, y no se inficionara el ayre.”