Fotografía: José Mª González Bejarano |
Publicado en la revista "El Toro de Caña"
de la Diputación Provincial de Jaén
Ildefonso Rueda Jándula
Situada al Norte de la población de Arjonilla, la ermita que hoy
conocemos por el título de la Soledad, antaño nombrada en los documentos
también como ermita de la Vera-Cruz, atesora las imágenes que aún son objeto de
las más rancias manifestaciones de la religiosidad popular arjonillera.
Documentalmente se ha comprobado que en este lugar se desarrollaron los
primeros cultos de la parroquial, que a mediados del siglo XVI se traslada al
gran templo consagrado a la Encarnación. Las antiguas devociones permanecieron
en la vieja iglesia[1],
resistiendo frente a otras que fomentará el barroco, no sólo en el templo nuevo
sino en el resto de ermitas diseminadas por el casco urbano[2].
La Cofradía de la Santa Vera-Cruz ha realizado sus cultos desde
tiempos inmemoriales en esta iglesia, primitivamente de Santa María del Val
Rico, en la que se veneraban la Santa Cruz, la grande, negra y despojada de la
figura de Cristo, como símbolo de Victoria frente al pecado y otra Vera-Cruz
(que significa verdadera Cruz) dorada y decorada de espejos, para procesionar
al Cristo de las Misericordias o "Padre
de las Aguas", imagen que
permaneció en esta ermita hasta que a finales del siglo XIX se trasladó a la
antigua ermita de San Cristóbal, reconstruída gracias a la promesa que realizó
la Villa por la lluvia recibida tras un período de sequía. Es la ermita del
Santo (S. Cristóbal), que tras colocar allí la imagen del Santo Cristo de las
Misericordias, dará nombre también a la calle más próxima a la ermita ( Calle
Misericordia ).
Jesús en la Oración del Huerto, el Señor Caído, Santa Marcela, conocida como"La
Verónica", son otras
imágenes pertenecientes a la cofradía más antigua de las de pasión, con sede en
el primitivo templo parroquial. Sobre esta última devoción de la Cofradía de la
Vera-Cruz veremos algunas peculiaridades que la configuran como una de las
devociones más interesantes para el patrimonio etnográfico y la religiosidad
popular arjonillera.
Su fiesta, a finales del mes de julio aporta varios elementos
singulares para el ciclo festivo arjonillero, por lo que en su momento
publicaremos ampliamente el estudio sobre esta verbena desacralizada, en el
tiempo del final de la siega. Algunas de las conclusiones obtenidas de este
estudio pueden servirnos también para entender mejor la presencia de la
Magdalena en la Semana Santa.
La costumbre en el vestido de la Magdalena de Arjonilla es uno de estos hábitos que se mantienen, desde aquel tiempo en el que la vestían en clase de profana con traje a la moda, y adornándola con sarcillos, perlas, cadenas y joyas de oro, y muchos ramos de flores de todas clases, hasta el ajuar que luce en la Semana Santa, que consiste en dos vestidos: Uno negro para el Viernes Santo por la noche y otro verde azulado para la mañana del Domingo de Resurrección, confeccionados con bordados y adornos de lentejuelas y azabaches por Isabel Lara "la rompe", por mandato de la camarera, Cabeza Zafra[3]. Insignificante es el documento que se ofrece a continuación, aunque por otro lado confirma el uso de vestidos a la moda para el adorno de esta imagen de la Magdalena desde tiempos remotos, donados por Ana Palomino Valenzuela en 1.634. Por otro lado, esta fecha es la más antigua conocida hasta el momento, sobre la existencia del culto a nuestra Santa:
"Ytem mando un arca grande que yo tengo a el
Santo Cristo de la Capilla de la Iglesia Mayor desta Villa para en que tengan
sus bestidos y hornamentos (...) Ytem mando a el Santísimo Sacramento un paño
de tafetán colorado con puntas y franjas de oro (...) a la Virgen de la Alegría
de esta Villa, un jubón de tela verde que yo tengo de los viernes (...) ytem
mando un manteguelo francés de tafetán carmesí con franxas a la imagen de la
Magdalena de esta Villa."[4]
Los vestidos antiguos, como los actuales,
eran ceñidos a la cintura de la Santa, proporcionando así mucho vuelo a las
faldillas. Varias de nuestras informantes, Ana María Vela Hernández y
Encarnación Carmona Ruz, han coincidido en lo llamativos que resultaban los
brocados en la delantera del vestido y todo el adorno floral, exclusivo de la
festividad de julio, fundamentado en guirnaldas de jazmines, que engarzados en
hilos, colgaban de la imagen en clara actitud oferente. Encarnación Carmona nos
dijo que en las casas, las mujeres cultivaban macetas de albahaca que llevaban
la víspera de la Magdalena para adornar a la Santa, colocada en un frondoso
altar que realizaban en la ermita de la Soledad, una verbena en en su sentido
más primigenio[5]. El
verdadero motivo de la afluencia de fieles, y en esto consistía realmente la
fiesta, era la contemplación de esta verbena
en la que se hallaba inmersa la imagen de la Magdalena. La estampa que resultaría de la conjunción de estos elementos
decorativos no es muy distinta a esta otra recogida por Rodrigo Caro en las
fiestas de mayo:
Ajúntanse las muchachas en un barrio o calle,
y de entre sí eligen a la más hermosa y agraciada para que sea la maya;
aderézanla con ricos vestidos y tocados; corónanla con flores o con piezas de
oro y plata, como reina; pónenle un vaso de agua de olor en la mano, súbenla en
un tálamo o trono [6]
Esta descripción ritual nos acerca aún más a
nuestra María Magdalena, que la iconografía muestra con un recipiente en la
mano, de ungüentos con los que aliviar el doloroso trance de la pasión de
Cristo. Las camareras que visten a la imagen, siempre llamaron a este objeto
con el vocablo pomo, término
procedente del latín pomum, frasco
destinado a perfumes o licores. En la mañana del domingo de Resurrección, cuando
los niños acuden a la Iglesia por un jarro de agua bendita y sus mayores
expulsan al diablo de cada rincón de las casas con la oración: Salga el mal, entre el bien como Jesucristo
en Jerusalém[7],
aparece la Magdalena a hombros de jovencitas del pueblo, despojada del luto del
Viernes Santo. Un vestido verde con grecas de plateadas lentejuelas, grandes
pendientes, el pomo y un ramo de
flores en sus manos constituyen los adornos, al tiempo de iniciarse la
primavera, la estación del amor.
Para quienes desconocen las tradiciones de la
Semana Santa en Arjonilla, pudiera permanecer extraña la presencia de la
Magdalena en la procesión del Domingo de Resurrección. Para el arjonillero,
esta presencia se hace necesaria, pues refuerza el sentido pascual del tránsito tristeza-alegría, muerte-vida,
invierno-primavera. Dos salidas tiene la Santa en la celebración de la pasión:
Enlutada, de negro hasta los pies en la noche del Viernes Santo, y con un
vestido verde, flores en sus manos, en la radiante mañana de Resurrección. Son
las dos caras de una misma moneda, la oscuridad y la luz de una mañana en la
que vuelven las campanas a repicar de alegría.
Con un ceremonial sorprendente, las camareras
de la Magdalena cambian los vestidos de la Santa en la tarde del Sábado de
Gloria. Unas jóvenes del pueblo se encargan de ultimar los detalles de su
adorno floral, que lucirá al día siguiente, cuando bajo el arco de la puerta
del perdón aparezca la imagen, que , mecida por las devotas, parece caminar con
toda naturalidad por las calles de Arjonilla, con sus cabellos al viento. Con
el retorno a la ermita, duerme la tradición, en espera de una nueva primavera
resucitadora.
[1] La referencia de "vieja Iglesia" aparece en numerosos pleitos conservados en
el Archivo Histórico Diocesano de Jaén, sobre el traslado de sepulturas que
existían en la Avieja
Iglesia@, al nuevo templo
parroquial, consagrado hacia 1.554.
[2] En el siglo XVIII, llegaron a contabilizarse
nueve ermitas en Arjonilla : Santa Vera Cruz (o Soledad), Santa Ana (antigua de
San Sebastián), Santa Brígida, La Concebida, San Cristóbal ( el Santo ), San
Roque, Santiago ( Virgen de la Cabeza ), Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los
Reyes. En la actualidad permanecen al culto la Soledad, San Roque, Virgen de la
Cabeza y Jesús Nazareno.
[3] Informantes: Hermanas Carmen y Lola Cuesta
Uceda.
[4] Archivo Histórico Diocesano. Jaén. Sala de
Varios. Arjonilla. Testamento de Ana Palomino Valenzuela, otorgado en 1.634.
[5] En la antigua Roma se daba el nombre de
verbena a toda rama verde destinada al uso religioso. La planta que lleva este
nombre, además de constituir por sí misma una ofrenda, servía para adornar el
altar y , en guirnaldas, para las estatuillas de los dioses.
[7] Informante: Juana Pérez González.
[8] Ibidem.
págs. 217-219